Chiles en las Nubes

Esta semana me propuse meditar treinta minutos al día por aquello de estar un poco más “zen” y menos histérica y crear “bonito ambiente” y la fregada… El día uno no lo logré, el día dos no lo logré… Mediocremente, le fui bajando minutos y minutos a mi meta y para el miércoles, ya íbamos en cinco minutos…. Pero bueno, me senté en el piso bien derechita, puse mi alarma en cinco minutos y traté de no pensar en nada, tarea casi imposible para mi mente atormentada y turbulenta. Dicen los expertos “meditabundos” que cuando vienen pensamientos durante la meditación, los dejes pasar, como una nube en el cielo. Con esta idea, imaginé una nube pasando, pasando…luego, como si alguien hubiera prendido un proyector y la nube fuera la pantalla, se proyectó una película en la nube. En la pantalla de nube no aparareció Buda, ni Jesús ni el Dalai Lama ni alguien interesante dándome un mensaje celestial, no. Lo que vi fueron mis manos pelando los chiles rellenos que hice el día anterior…así que la dejé pasar. La siguiente nube, primero blanca y luego otravez con la película de los chiles, también, la dejé pasar… Para la quinta nube cargada del recuerdo de los chiles rellenos, me di por vencida y decidí explorar porqué mi mente estaba tan terca con los pinches chiles rellenos.

He hecho esta receta cientos de veces, pero hoy por primera vez, los chiles no se rompieron al despellejarlos, quedaron perfectos, y ese hecho es algo que por lo visto, mi mente escéptica, nomás no entiende cómo sucedió…no puede dar crédito a semejante hazaña. Que los chiles hayan quedado enteritos se ha vuelto la noticia más relevante, mi encabezado mental del momento, así de profundos y filosóficos mi pensamientos.

Durante mis cuarenta y un años, mi método de despellejar los chiles poblanos, era el tradicional, el método “como Dios manda”; ponía cada chile sobre la hornilla de la estufa de gas hasta que la piel se arrugara con ampollas blancas, luego los metía en una bolsa de plástico cerrada a que sudaran. Finalmente, los pelaba y les quitaba las semillas con unos guantes de hule. Este es el método que el mexicano ha hecho generación tras generación sin fallar. Este proceso es una de las cosas que considero más latosas y desagradables del mundo. Es por eso que sólo hago chiles rellenos muy, pero muy de vez en cuando, y cuando por fin me animo a hacerlos, es porque hay un cumpleaños o algo especial.

Anoche, decidí que los haría hoy. Le quise dar gusto a mi familia, no porque hubiera nada que celebrar, sino porque ya nos estamos desquiciando los unos a los otros, y necesitábamos un poco de endorfinas. Pero nada más de pensar en los gritos y sombrerazos del homeschooling de algunas mañanas, y encima, mis hijos tosiendo con el humo de los chiles asados flotando en la casa…¿Qué no era éste un método considerado “pedagógico” entre los aztecas para corregir a los hijos mal portados? …Hijole, mejor ni me doy ideas, porque estoy a dos de volver a mis orígenes…No. Tengo que estar yo sola en la cocina, pero dadas las circuntancias históricas de la nueva era, ésto no va a ser posible, mi cocina/antecomedor se ha convertido en el salón de clases de mis hijos, así nos ha acomodado y no quiero ni moverle.

Así que me puse a ver videos en Youtube de otros métodos de cómo pelar los chiles poblanos. Por supuesto, me aparecieron ochocientos diferentes, entre ellos, un chef que explicaba un método donde se ponen a flotar los chiles en aceite hirviendo y se ampollan en un minuto, de esta manera, no hay humo ni toses ni lágrimas ni nada. Total, decidí intentarlo, con todo el cuidado del mundo, porque ya me veía a mí misma, con mi manera brusca de hacer las cosas, con toda la piel de las manos ampollada igual que los chiles.

Cuando saqué los chiles del aceite con pinzas, el pellejo se desprendió como por arte de magia, como cuando nos asoleábamos sin bloqueador de chicos y jalábamos los pellejitos regresando de las vacaciones, así de fácil. Logré por primera vez en mi vida, encuerar los chiles a la perfección y dejarlos enteritos sin un solo agujero. ¿Cómo había sido esto posible?

Luego pensé que he sido muy soberbia al sostener secretamente que nadie hace chiles rellenos más ricos que yo, y sí, tal vez de sabor sí son los mejores, (honor a quien honor merece), pero invariablemente me salían tan despanzurrados que bien podrían haber sido rajas con queso. Cuando uno se vuelve soberbio, también se vuelve necio. ¿Por qué me empeñaba en seguir haciendo los chiles con el método tradicional tantas y tantas veces, si a mí, en lo personal, nunca me funcionó bien? Entonces tengo mi momento de iluminación: de pronto se me pone la piel chinita y pienso: ¿Qué más en mi vida sigo haciendo con el método tradicional, “como Dios manda” sin que me haya dado buenos resultados?, peor aún… ¿qué cosas habré obligado a mis hijos a hacer nomás porque sí, porque “Así se hacen las cosas y te callas”. Y así de tajo, ya pensé por lo pronto en dos cosas a las que no quiero regresar. Costumbres que hace un mes, en la era pasada, consideré dogmas importantes. La verdad es que las hacía sólo porque así lo aprendí, porque así lo hicieron generaciones antes de mí. No quiero volver a estas costumbres, no me funcionan, no me gusta hacerlas y no son necesarias, igual que la tortura azteca que me fumé todos estos años nomás porque sí.

Así que hoy, anímicamente, me la he pasado cada vez más convencida de echar a la calle esos comportamientos repetidos sin sentido, y ¿físicamente?…. fisicamente nada, físicamente estoy toda enchilada de los dedos y de la cara y moqueando un poco. Ésto fue porque al despellejar los chiles me desesperé y cometí la estupidez de quitarme los guantes de hule y quité los pellejitos con mis dedos desnudos. Ya me lavé tanto las manos que parecen patas de pollo, si ya de por sí parecían… pero con todo y todo siguen enchiladas. Al menos así no me van a dar ganas de tocarme la cara hoy ¿Otra reflexión importante ahí? ¡Sí!, por supuesto. Una vocecita no tan “zen” me grita desde lo más profundo de mi conciencia… ¡A ver! si te vas a reinventar en esta cuarentena procura no hacerlo haciendo pendejadas. Y si vas a renunciar a algo, por favor, que no sea el sentido común que de por sí estos días ya lo traes tambaleante.