Me estoy sentando a escribir nomás por la mera disciplina de hacerlo, porque ahora sí que todos los contagios están llegando a más y más gente conocida, es difícil enfocar la cabeza en cualquier otra cosa que no sea el maldito virus.
Isabel se encontró con un rompecabezas de 500 piezas que andaba por ahí arrumbado en un cajón. Ya ni me acuerdo la última vez que armé un rompecabezas. Estuvimos juntas quince minutos y luego Isabel se aburrió y se fue, así que acabé yo sola y después de un muy buen rato de quedarme intimidada ante la cantidad de piezas y no sabiendo ni por donde empezar, empecé a formar grupitos de colores, y al rato ya andaba picadísima. De ruido de fondo podía oír a mis hijos con sus riñas habituales peleandose por no se qué cosa. Les pegué un grito con todas mis fuerzas ¡SILENCIO!…¡Necesito concentrarme! Por mi tono de voz alarmado, entendieron que era algo muy serio y milagrosamente, me dejaron en santa paz y hubo silencio por unas horas. Armar este rompecabezas ha sido el “high” de mi semana.
Mientras acomodaba las piezas, me vino un recuerdo de estar armando un rompecabezas en la mesa de vidrio de casa de mis abuelos cuando era niña. Luego dediqué las siguientes horas en revivir una bola de recuerdos de las tardes eternas jugando pula y canasta. Mis abuelos tenían un nombre para cada carta. Era como un slang de la familia. Vivían en la calle de Camelia en la colonia Florida. Este destino me hacía brotar la misma endorfina que ahora me causa irme de viaje a algún lado. Si pudiera elegir estar cuarentenada en alguna casa, quedarme en una pausa en alguna época de mi vida, tal vez sería ahí.
Claro que el 90% del encanto de esa casa era mi abuela. A la fecha no he conocido a una mujer tan alegre y simpática que ella. Todos orbitábamos como moscos a su alrededor, como si fuéramos atraídos por un foco de luz en la noche. Una vez me pidió guardar un secreto. Sólo mi hermana María, ella y yo sabíamos la razón por la cual se había roto una costilla, y era por haber saltado con nosotras en las camas y haber caído chueco, pero nos pidió que no le contáramos a mi abuelo nada… Me va a matar si se entera, mija. Me carcajeo mientras encuentro dos de las piezas que me faltaban.
Claro que como buena masoquista, después de un buen recuerdo, como si fuera una copa de vino, viene la cruda moral y me pongo a pensar si mis hijos se acordarán de esta cuarentena como yo me acuerdo de aquella casa. Entonces, como si les zumbaran los oídos, comienzan a pelearse otra vez… ¡SE CALLAN YA! ¡Estoy trabajando! Grito otra vez mientras armo la sección de la esquina derecha. No, definitivamente, ni mi casa es tan pacífica ni yo soy un foco de luz que atrae a la gente como moscas, de hecho estos días, me considero un repelente.
Mi abuela nos contaba cuentos todas las noches, Catimatinca, Rosa Margarita y Violeta y otros que no eran los típicos…. Yo a mis hijos les cuento hasta diez en las noches para meterse a sus cuartos o van a estar castigados sin electrónicos al día siguiente…¡y ahora sí se los cumplo! …van a ver.
Pero tengo que dejar de compararme con mi abuela. Hace siglos leí el libro de The Art of Happiness del Dalai Lama, no me acuerdo de mucho más que de un punto que nunca se me olvidó: El ser humano siempre va a medir su felicidad comparándose con los demás. Es un hábito que no podemos evitar. Así que si esta práctica la vamos a hacer de todas maneras, es muy sabio compararse con el que tiene menos que tú.
En esta cuarentena entonces, pensaré en las personas más horribles que he conocido, en los lugares más pinches en los que he estado, y entonces pienso que soy una santa, que mi casa es un paraíso, que mis hijos son los más afortunados del planeta. En fin… ahora sí ya estoy a punto de terminar mi rompecabezas…siento una emoción bárbara, una batalla ganada, un enigma que logré descifrar yo solita.
Descubro a Andrés mi hijo en el marco de la puerta con una sonrisa burlona. ¡Mamá! No estás trabajando, estás armando un rompecabezas. Mira mijito, hoy por hoy, este rompecabezas es el trabajo más importante del mundo. Así que deja de estar fregando y pídeme otro rompecabezas por Amazon en este momento.
Regina Moya, Día 92 del encierro.