Pasito a Pasito

Estoy escribiendo en una nirvana de placer porque Isabel mi hija de ocho años me está haciendo un masaje en los pies. Ayer en su aburrición Covidiana me pidió que le comprara un barniz de uñas rosa pastel y ahora anda muy en su papel de pedicurista. No acababa de preguntarme…Mamá, ¿Me dejas pintarte las uñas de los pies y hacerte un masaje? Cuando yo ya había aventado los zapatos y los calcetines y sacado en un instante mis pies callosos y venudos listos para el agasajo. Tan horribles están ahora mis pobres pies abandonados que Isabel los vio, hizo una pausa y luego me preguntó que qué les había pasado, que si no me dolían o algo. Pero Isabel que es una mujer valiente, se animó a sobármelos con todo y todo. Mis pies agradecieron felices el contacto, sobre todo después de mi larga caminata de cuatro millas por el río que estoy haciendo todos días.

Ahora que tuve que congelar mi membresía del gimnasio, me permití una larguísima temporada de echar la flojera de manera monumental, pero todo tiene un principio y todo tiene un final, y una mañana que me sentí las piernas especialmente gelatinosas, dije: Ahora sí se acabó, punto final. Me puse los tennis y me salí a caminar. Como salgo a la misma hora, ya me voy encontrando a la misma gente…gente que ya saludo con camadrería, como reconociendo a mi equipo. Los más fieles y que nunca fallan son: un hombrecito diminuto pero muy escandaloso que va saludando a todos los andantes con tantísima enjundia y alegría que siento que a su doctor se le pasó un poco la dósis de su “happy pill”. Si no fuera por el pinche virus le daría una palmadita en la espalda por su buena actitud matutina. Luego, hay dos amigas que siempre van carcajeándose mientras chismean, a ellas sí las saludo con una sonrisota super amistosa con la esperanza de que algún día me inviten a caminar con ellas, se ve que la pasan bomba. Hay un jovencito que pasa en bici echo la mocha con su reguetón a todo volumen. A ese no lo saludo, por pinche escandaloso y por sus malos gustos musicales…Híjole…de veras que el amargue de los cuarenta ya me están pegando con todo, qué barbaridad…

Se me había olvidado lo mucho que me gusta caminar. Estas caminatas se han convertido en una de mis grandes alegrías durante esta pandemia, caminar y caminar y caminar, hasta acabar agotada. Todos estos días mientras camino, planeo en mi cabecita enredosa hacer El Camino de Santiago en cuanto todo este desmadre acabe. Pienso con quién lo caminaría, si lo haría sola o acompañada…Mi esposo y yo somos buenos compañeros de vida, de verdad, te puedo decir que nos la pasamos muy bien juntos, cuando andamos de viaje, mejor todavía. Pero ambos estamos de acuerdísimo que jamás de los jamases caminaremos El Camino de Santiago juntos. Él camina rápido y dice que yo camino lento. Nomás de imaginarme enmedio de un trance espiritual descifrando el sentido de mi vida, el porqué de este mundo…¿Quién soy?… ¿A dónde voy? Y luego Juan gritándome que le apure, haciéndome gestos histéricos desde lejos con las manos… diciéndome que todavía no saque la granola, que acabamos de desayunar hace media hora…. ¡No bueno! me pone los pelos de punta. Así que no, esta peregrinación la voy a hacer en un ambiente de puritito estrógeno, con mis hermanas, con mis primas, con mis amigas carcajeándome como las comadres que veo en el río todos los días, así va a ser mi peregrinación…. Cada quien a su pasito porque ¿sabes qué? no se debe de caminar de otra manera.

Juan y yo ya tenemos muy platicado ese viaje, pero hicimos un acuerdo civilizado: yo voy a hacer el Camino por mi cuenta y luego, cuando yo llegué con todos los halos de santidad hasta Santiago de Compostela, él me va a alcanzar ahí y esa mismita noche, en vez de dormir en hostales voy a recostar mi cabeza en una almohada del Parador de los Reyes Católicos pero antes vamos a haber cenado arroz con bogavante y nos vamos a haber emborrachado con Albariño. De ahí vamos a arrancar a seguir descubiendo España, recorriéndola todita de Norte a Sur hasta llegar a Andalucía. Quiero ir a la Mezquita de Córdoba que tanto me fascina y que sólo conozco en fotos. Me estoy emocionando cada vez más mientras escribo, puedo sentir como se me acelera el pulso nomás imaginarme la mezquita, ya hasta pensé en el vestido que me voy a poner para las fotos de ese día…Híjole… ¡ya me vi!

En fin, vamos así, un día a la vez en esta pandemia surrealista…despertando, trabajando, caminando, pero mirando hacia delante, planeando el siguiente viaje. Unos vamos a paso rápido como Juan, otros a paso lento como yo, unos riéndose con amigos, otros con su “happy pill” para sobrevivir, otros con su escándalo de siempre… da igual pero ahí vamos todos, sin mucha prisa, porque al paso que vamos, no nos queda de otra.

Regina Moya, día 100 del encierro (¿Día 100?…¡No puede ser!)